Saramago partió de este mundo, uno que le debe tanto que faltaría vida para poder siquiera demostrarle lo agradecidos que estamos con su obra, faltaría aun más para poder reflexionar  sus escritos y más aún para poder poner en práctica lo enseñado.

Antes de escritor fue humano, de esos que hacen tanta falta, de los que cuestionan, pero no solo preguntan sino también actúan, paradójico, congruente y mordaz. De juicios breves pero profundos, de los que bastaban breves líneas para exponer un argumento pero que era capaz de cimbrar toda una estela de pensamientos. Abanderado de las causas que pocos hoy defienden, denuncio la dictadura siempre que era necesario, firme pacifista pero que sobre todo fue la voz de la memoria del perdedor y de aquel que vive inmerso en la desigualdad.

Saramago estremecía e impactaba en sus novelas, sabía tomar las palabras y darles esa armonía necesaria para entretejer historias que cautivaban y más aun enseñaban. Una obra de calidad que abordo distintas temáticas girando en torno a lo humano, para mostrarnos lo bello y sublime que puede ser el hombre cuando decide obrar con bondad.