“En general no se dice que una decisión se nos aparece, las personas son tan celosas de su identidad, por vaga que sea, y de su autoridad, por poca que tengan, que prefieren dar a entender que ponderaron los pros y los contras, que sopesaron las posibilidades y las alternativas y que, al cabo de un intenso trabajo mental, tomaron finalmente la decisión. Hay que decir que estas cosas nunca ocurren así”
(José Saramago, "Todos los Nombres").

Don José, sin más, será el único nombre que conoceremos en esta novela, puesto que no necesitan de otros para poder contar una historia sobre apelativos.

El protagonista, un simple trabajador en la Conservaduría General del Registro Civil, recorre a través de su pluma cientos de certificados de nacimiento y defunciones, simples y llanos papeles que van trazando un delgada línea entre la vida y la muerte. Es la Conservaduría donde van figurando todos los nombres en un sistema que se aferra a mantener su estatus burocrático formando hebras de hilos, como el de Ariadna.

Pero José no sólo es un trabajador metódico, tiene un pasatiempo que esconde como si de un oscuro secreto se tratará: recolecta recortes de prensa sobre personas famosas hasta que un día cualquiera en su esparcimiento dará con el archivo de una mujer desconocida, de la cual sin siquiera haberla visto al menos una vez, comenzará a amar.

Entonces iniciará una búsqueda obsesiva y desesperada para dar con el paradero de esta "Mujer Desconocida", reconstruyendo así una mujer ideal, aunque para ello tenga que falsificar credenciales, fabricar mentiras y destruir de forma inconsciente un sistema de poder al que tantos de servicio encomendó.