Para Mark Twain no había nada más franco, libre y privado que una carta de amor, y aunque la historia de la humanidad es infima, ejemplos de amor nos sobran, siendo uno de ellos Richard Feynman, un apasionado físico y genio que bien pudo estar a la altura de Einstein.

Feynman estuvo casado con Arline Feynman, a quien conoció en la secundaria y con quien se caso cuando estaba en el Instituto Tecnológico de California (Caltech); Arline por desgracia falleció en junio de 1945 cuando apenas tenía 25 años debido a la tubercolosis, Richard no pudo acompañarla completamente en sus últimos días debido a que trabajaba en el Proyecto Manhattan.

Meses más tarde Richard escribió esta carta, que una vez terminada guardo en un sobre y no volvió a abrirse hasta su muerte sucedida en 1988.

17 de octubre de 1946
Querida Arline:
Te adoro, cariño mío. Se cuánto te gusta oir esto pero no lo escribo únicamente porque te guste. Lo escribo porque me invade una sensación cálida por dentro cada vez que lo hago. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que te escribí — ya casi dos años pero sé que me perdonarás porque entiendes cómo soy, cabezota y realista; y pensé que escribirte no tenía sentido. Pero ahora sé, mi querida esposa, que es correcto que haga esto que tanto he pospuesto y que tanto hice en el pasado.

Quiero decirte que te quiero. Siempre te querré. Se me hace difícil entender en mi mente lo que significa amarte aún muerta — pero sigo queriendo cuidarte y reconfortarte — y quiero que tú me ames y me cuides. Quiero tener problemas para discutirlos contigo — quiero que hagamos pequeños proyectos juntos. Hasta ahora jamás pensé que podíamos hacerlo. Que deberíamos hacerlo. Empezamos a aprender a confeccionar ropa juntos — o a aprender chino — o conseguir un proyector de cine. ¿No puedo hacer algo yo ahora?  No. Estoy solo sin ti y tú eras la "mujer de las ideas" y la instigadora general de todas nuestras aventuras salvajes.

Cuando estabas enferma te preocupaba no poder darme lo que querías y pensabas que yo necesitaba. No tenías necesidad de haberte preocupado. Te lo dije, que no había ninguna necesidad porque te amaba tanto y de tantas formas distintas. Y ahora eso aún lo veo más claro — ya no puedes darme nada y sin embargo te amo tanto que eso me impide amar a nadie más — y quiero que sigas ahí, impidiéndomelo. Tú, muerta, eres muchísimo mejor que ninguna otra viva. Sé que me dirías que me estoy comportando como un tonto y que quieres que sea completamente feliz y no quieres cruzarte en mi camino. Estoy seguro de que te sorprende que ni siquiera tenga una novia (además de ti, cariño) habiendo pasado ya dos años. Pero no puedes evitarlo, amor, ni tampoco yo puedo — no lo entiendo porque he conocido muchas chicas muy agradables y no quiero seguir solo — pero tras dos o tres citas todas parecen ceniza. Sólo me quedas tú. Tú eres real. Mi amada esposa, yo te adoro. Amo a mi mujer. Mi mujer está muerta.

Rich.

P.D.: Por favor, disculpa que no eche esta carta al correo — pero no conozco tu nueva dirección.


No hace falta agregar más, Feynman no sólo fue una de las personas más apasionadas por la ciencia como lo demuestran las cientos de entrevistas y trabajos que dejo a lo largo de su vida, fue también un gran ser humano convencido de que el amor existe como una fuerza creadora que muestra lo mejor de cada persona.


Físico prodigioso, divulgador de ciencia, excelente dibujante, músico y sobre todo un noble hombre que mostró que en ocasiones lo excepcional puede surgir en cualquier parte del mundo.


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