"Bueno, ¿y qué era? Todavía no lo sé. Me atraían sus ojos, su voz, su cintura, su boca, sus manos, su risa, su cansancio, su timidez, su llanto, su franqueza, su pena, su confianza, su ternura, su sueño, su paso, sus suspiros. Pero ninguno de estos rasgos bastaba para atraerme compulsiva, totalmente. Cada atractivo se apoyaba en otro. Ella me atraía como un todo, como una suma insustituible de atractivos, acaso sustituibles.”

"Cómo la necesito. Dios había sido mi más importante carencia. Pero a ella la necesito más que a Dios.”
(Mario Benedetti, La tregua)

Martín Santomé, viudo de 49 años, con tres hijos a la espalda, inicia un diario a unos meses de jubilación. De esta forma inicia La tregua, en un esfuerzo de Santomé por capturar sus vivencias que van mostrando a un hombre que ante la vejez se reconoce solo, triste pero con una urgencia por vivir, por recuperar todo el tiempo perdido.

Narrado en primera persona no sólo nos muestra la vida cotidiana de un hombre que se observa a si mismo miserable, es también una ventana a su mundo, donde vamos conociendo a sus hijos tan ajenos y a la vez cercanos a él por lazos de sangre, su trabajo y amistades, que vuelven del pasado para mostrarle como la memoria es prodigiosa al enaltecer los buenos momentos y tratar de olvidar los malos.

Pero como sucede muchas veces con las existencias, cuando más oscuro parece el camino, aparece una luz que nos guía en el camino. Y justamente eso es lo que sucede en La tregua, Santome hace una tregua con la vida, encuentra paz y felicidad donde menos la esperaba.