Se nos ha pedido hablar este año de la desigualdad y lo primero que ha cruzado por el pensamiento es Ayotzinapa. Allá en Iguala, Guerrero siguen hasta el día de hoy 43 estudiantes desaparecidos. Es un momento de dolor y tristeza, ante lo cual una vez más, la pregunta es ¿qué hacer? ¿cómo actuar?

Estamos nuevamente ante una crisis social, donde el Estado que debe volar por la seguridad de sus ciudadanos ha abandonado esta función, perdido su carácter de legitimidad y se ha vuelto un participe más en la violencia que asola a México. Llamesé Atotzinapa, Tlatlaya, Atenco, Cherán o pueblos indígenas; el panorama es desolador y sombrío: no hay justicia o esta es ajena a la mayoría.

El problema no se reduce a hablar de la falta de un Estado de derecho, cuando la ley sea vuelto ajena al bienestar común y se pone en entredicho cuando se abusa o viola de forma impune. Múltiples movimientos sociales han afirmado lo evidente: los gobiernos favorecen al 1 por ciento de la población; la mayoría es ignorada en el mejor de los casos.

La justicia se ha puesto al servicio de quien tiene el capital, reduciendo y acentuando la desigualdad social, volviendose un instrumento de dominación y control, donde la ilegalidad esta a la orden del día.

En este panorama las demandas no han cambiado, lo que si ha cambiado es la forma en que se emprenden acciones para solucionarlo, desde abajo se ha comenzado a reconstruir, algo que muchos no visualizan o no quieren comprender pero que sucede ahí se crea un nuevo mundo, uno donde caben muchos mundos y en el cual la democracia, justicia y libertad son palpables.

¡Que no nos alcance el olvido!