Sólo lo que no se nombra se olvida...

A más de un año de la larga noche del 26 de septiembre de 2014, la memoria se niega a olvidar y la voz se ahoga en un ensordecedor silencio.
Créditos: Heriberto Paredes/Subversiones

Recordamos Ayotzinapa porque es ahora la cara más visible de todo un dolor que nos embriaga, nos reconocemos en la tragedia ajena y la sentimos propia, porque en México  la desaparición forzada se ha vuelto cotidiana pero no por ello aceptable.

Y es al mismo tiempo, la muestra de toda una geografía donde quién protege la vida paga con su existencia ese deber. Una geografía que aborda proyectos de despojo, como el Acueducto Independencia que arrebata agua a la tribu Yaqui, pasando por mineras en Wirikuta, talamontes en Cherán, proyectos hidroeléctricos en zonas volcánicas como Huexca, turismo rapaz en Hollox, hasta presas en Parota, periodistas asesinados por denunciar la verdad, defensores de derechos humanos ausentes.

Es por ello que causas que pareciera tan distantes, se reconocen como propias en la búsqueda de justicia y la demanda de la verdad.