En las diferentes cosmovisiones de las culturas antiguas existen animales o seres que conducen a lo muertos en el camino hacia el inframundo, de esta forma destaca el Cancerbero en los griegos, Anubis en egipcios y en la cosmogonía náhuatl sobre sale el xoloitzcuintle, quien acompaña el espíritu de los muertos hasta Mictlán, el reino de los muertos.

El xolo tuvo así un papel en la vida cotidiana de las culturas precolombinas en ámbitos religiosos o económicos sino también como alimento, además de ser uno de los elementos más importantes durante el cortejo fúnebre para ayudar a los muertos en su camino al inframundo.

Este perro es una de las dos razas originarias de México y en la mitología náhuatl, Xolotl es el hermano gemelo de Quetzalcóatl, poseía el poder del nahualismo (facultad mediante la cual una persona puede adoptar la forma de un animal) y podía transformarse en huexolotl, axolotl y xoloitzcuintle (canis mexicanus), el perro sin pelo. De acuerdo a la mitología Xolotl entrego a los hombres este perro para la salvación de sus espíritus.

La inteligencia y fidelidad le proporcionaba estas facultades de protección que los aztecas confirieron al animal para acompañar a los muertos.

Representación de Xolotl. Créditos: Pietro/Flickr.

Como se ha abordado en el pasado en la cosmovisión náhuatl, la muerte era el regreso al origen, siendo la mayoría de los difuntos, -exceptuando guerreros, sacrificados y mujeres que murieron en el parto-, quienes viajaban rumbo a Mictlán, el lugar de los muertos.

En el proceso fúnebre el muerto era acompañado de ofrendas en el lugar donde permanecían sus restos, siendo obligatorias los primero ochenta días y después cada año, hasta que el muerto llegará a Mictlán, en estas ofrendas se colocaban flores, comida, semillas, agua y bebida favoritas del difunto y entre otros elementos, una figura de barro que representaba un xolo.

Este viaje a a Mictlán duraba cuatro años, durante los cuales el espíritu del difunto afrontaba diferentes pruebas, dentro de estas, la novena prueba era atravesar el río Chiconahuapan, donde en una orilla del río se encontraban los perros quienes reconocían a su dueño y le ayudaban a cruzar.